martes, 2 de febrero de 2016

(De mí) Dos puntos

Yo quería que esté bien. Sabía que con el paso constante del tiempo iba a estar, sin notarlo, bien. Mientras tanto, dentro de un final abierto, todo se suspende como un fuego que se prende. Ya no tengo un reloj que me encadene, miro la hora cuando quiero. Me pasa que no puedo dormir nunca en la hora conveniente, pero mejor, cuando duermo muy cansada sueño cosas que me comunican con el futuro. Parece una jugarreta de alguna voluntad, invadirme cuando tengo la pesada mente más insomne. Pero de a poco aprendí a estar atenta a los códigos invisibles que intentan pasar desapercibidos como las baldosas que me suelo tropezar en la calle. Los riffs de las canciones; el origen de pidgin's y creoles, no se si me condimentan o me contaminan los pensamientos. La voz de la contralto retumba en mis tímpanos. Bellos ojos; y no sé porquoi, algo especial (que se estremece suave) siento que me pasa debajo del pecho, al ver esos bellos ojos en caída suicida al suelo. Con una ignorancia que parece insólita, o planificada. La postura a lo que me importa, me sorprende, y a demás sobresale en el maremágnum de gente preocupada. Y eso que sólo recuerdo los recuerdos, ni siquiera la imagen pura me queda. Paralelamente, no lo cuento aquí, pero tengo mis secretos. Hay noches en que los dispositivos, no me dejan escribir, y ante las dificultades fluye el río hacia otro cauce y termino delirando patéticamente con la almohada, la única que me aguanta. De todos modos, elegí un poco esta soledad, no podía lastimar ni quería hacerlo como yo lo padecí. Más cuando pude ser capaz, a tiempo, de ver que los sentires, los modos, eran extremadamente similares. Entonces una se hace de fuerzas y saca inspiración de frases como: Cuando no puedes ser justo, sé arbitrario. Puede que las equivocaciones en mí sean infinitas. Pero desgraciadamente sé y conozco los errores que puedo cometer cuando ando ciega y sin ver a quién puedo pisar. En fin. Llega la noche, una plaza se llena, (si hablara esa maldita plaza) - tenemos como un acuerdo de silencio... pero siempre levanta sus escamas para hacerme tropezar, más cuando sabe que tengo los pies atrofiados de tanto huir. Y corro, en círculos, sin aire - veo el interior de mi cuerpo - oscuro, de paredes no tan duras. Le cuento a alguien que estoy en esa fase, aún hay otras por pasar, como si fueran las pruebas que tiene que pasar Tamino, hacia el interior de su misión. Cuelga una lira de mi cuello - escondida reminiscencia de aquel guardián del sonido- . La encontré, un artesano la hizo perfecta, sin saber que tenía el siete perfecto de la heptatónica. Esa activó nuevamente los lamentos, como si por arte de mayéutica sacra pudieran revivir el pasado. Y me dijeron, aquellos seres, "No vuelvas al pasado". No puedo esconderlo, el enigma me atrae mucho: lo difícil, lo imposible, lo que me ignora, lo que me hace doblarme de la angustia - pero no la que sufre, sino de aquella que da vueltas y vueltas y vueltas dentro de un cráter volcánico a punto de explotar nervios. Las invocaciones no sirven; las llaves de sueños tampoco; hay alguien que esta interfiriendo detrás del canal luminoso, ese aquel se acostumbró a interrumpir las sonrisas. El maestro que fluye es el más puro, pero las rocas de mi interior, forman un dique. La lentitud del movimiento, los estanques verdosos y negros de las voluntades atrofiadas, son los jaque-mates que las mentiras ajenas me impusieron. Es un misterio perfecto cuando alguien o algo te genera admiración y de a poco el enamoramiento teoriza una configuración infinita de delirios eruditos, ahí mismo - con tan solo dos nombres y un apellido normativo- se ríe en el silencio. Más se engancha el pez, al morder el anzuelo suave que tira fuerte. ¿Cómo hacer para llegar a esa cumbre aislada? ¡Basta! ¡Que no se insista más! Me voy a seguir desayunando el hermoso gusto de un karma justo, después a media mañana comeré saboreando de a poco esa sensación honesta y punzante de no encontrar en ningún rostro el suyo, luego al mediodía, cocinaré exquisita bronca, capricho ciego de la imposibilidad. Y luego será toda una dieta de ingerir ausencias rica en proteínas de todos los colores y dolores más funcionales que cualquier clavo filoso. Vi la sonrisa de aquel mal día. Y capaz muera, obviamente será así, con unas ganas tremendas de producirle la mejor risa que pueda tener en toda la historia de su trayectoria inconclusa. Y todo esto es en vano, seguramente tus mundos internos estén entretejidos ya condenados felizmente hacia y en otro destino. No es lo mio, quizás tampoco aquello. Vaya una a saber de dónde sacar la seguridad que te confirme la estructura segura para dar el salto. Como un ancla, fácilmente cinco veces más grande que yo, se entierra en la piel quemada, la incertidumbre negra y amorfa. Y se obsesiona más uno con aquello que no conoce. Tampoco es cuestión de especular, ni con caleidoscopios. Entonces es cuestión de deshacerme, deshacer todo, dejar a merced del cauce del río la decisión, que los vientos maúllen, que las tormentas insulten, que las nubes decaigan. No importa, entonces, aunque sea de bronce la pupila más infalible... la que agacha la mirada, niña de los ojos... Color. Y aunque ésta se confunda. Difunda sangre en consumación. Es incierto el puerto, el templo del bosque vecino. Es incierto el silencio aplastante, pesa toneladas de realidad. Espero que la empiria mágica le gane, y de paso, me sorprenda antes de dar un mal paso. No sé ya cómo será. No despierto de día. Ayer... cardenal, del milagro, ata. Entre las sábanas se esconde el aguijón, los párpados callan. No todo consiste en estallar en fragmentos. No todo consiste en callar cuadras micróbicas, no es la poesía la pesadez de la gota, más bien el crisol que forma el sol dentro de ella.


Hasta que luego de un breve silencio, vuelvo a retomar el silencio del Otro. A ver... ¿cuántos fueron? En la virtualidad de la Nada, fueron: tres en uno, dos en dos, y el desesperado el tercero y último, el suspendidito (burlándome), pobrecito, muy chiquito y paupérrimo. Intento desgarrado, sangrante, rabioso, que vaga por las mismas calles que sobrevuelo, buscando en las esquinas a aquella que mira hacia el ocaso, hablando con voz singular, apropiada y elegante. Aquella que mira, en realidad, que deja caer su mirada triste al suelo -no la soberbia de la Olvidable, no, ¡no!- Tercera, la que despierta el misterio don de introducir lenta y firme la daga de un enigma, metal frío pero candente - y yo le tengo fobia a los metales milenarios, de esos que no dejan de matar, de esos que no salen de circulación en la muerte. Todo es metafórico, pero todos los días morimos igual. Es un subir, cruzar (sobre-existir), y bajar (en picada o frenando) la montaña sabia de la vida: uno dice que la crisis nos lleva a iniciar una crítica de la vida. De vez en cuando podemos coincidir, pero a mi me sale suponer que esa crisis critica la no-vida de la vida. La ausencia es debilidad, pero lo que no te mata te fortalece, quemando las mismas letras falaces, en realidad, de la soberbia nietzcheana. La soberbia de los aparentes eruditos. Y yo acá, chau, ahogándome en el vaso vacío del silencio que va después de esos dos puntos.

AHORA


nos referimos a Cofasso, a este lugar,que a su manera, es donde la inspiración hace fluir caudales de fuego del arte escrito.